En todo el Mediterráneo se conoce por su denominación latina “Allium”, que procede
del celta y que significa “ardiente” o “abrasador al paladar”.
El ajo, es una liliácea tan sencilla como maravillosa, ocupó un lugar preferente y
privilegiado en la farmacopea egipcia y todavía más importante, en la hebrea.
El ajo se emplea desde la antigüedad no sólo como condimento crudo o cocido, sino
como antiséptico contra diversas enfermedades que, dada la falta de higiene de esas
épocas.
Herodoto nos habla de una inscripción en la Gran Pirámide en la cual se dice que se
suministraban grandes cantidades de ajos a los trabajadores como estimulante
muscular y que estos comían también sus tallos.
Precisamente, los obreros emprendieron una huelga porque se les suprimió el
suministro cotidiano de ajos, pues pensaban que esos bulbos eran esenciales para
darles fuerza y resistir el cansancio en aquel trabajo tan extenuante y monumental de la
construcción de la Gran Pirámide de Gizeh.
En el papiro de Ebers (1.500 a. C.) se incluyen más de 800 fórmulas mágicas,
religiosas y de tratamiento médico, y entre ellas hay unas 22 en las que el ajo se
menciona como tratamiento para mordeduras de insectos venenosos, enfermedades
del corazón, dolores de cabeza, parásitos intestinales y también en las neoplasias.
También los babilonios en Mesopotamia, ya desde las épocas bíblicas, consideraban a
los bulbos de las liliáceas como potentes medicamentos. Se empleaban para
enfermedades respiratorias, enfermedades de la piel, en el tratamiento de parásitos
intestinales, contra los ácaros y para la lepra. La utilización del ajo se describe como el
medio más seguro para prevenir plagas y epidemias de todo tipo.
El ajo fue igualmente considerado como un medicamento clásico en la antigua Grecia y
recomendado para tratar todas las enfermedades además de ser un alimento con
importantes cualidades dietéticas y alimenticias.
Aristóteles, el gran filósofo, médico y naturalista, llegó a decir de los ajos que “es una
cura para la hidrofobia y un tónico laxante pero malo para los ojos”. Hipócrates ( 460 a.
C.) lo consideró como un sudorífero al estimular la transpiración y también como
laxante y diurético.
En cuanto al pueblo romano, uno de los dominadores del mundo antiguo, tuvo
excelentes conocedores y defensores del ajo.
Así el gran Dioscórides, llamado Pedanius, médico jefe de las Legiones Romanas
durante el reinado del emperador Nerón ( siglo I d. C.) autor de “Perihyles latrykes
logoihex “, recetaba el ajo para los trastornos respiratorios y digestivos, y como remedio
contra los parásitos intestinales.
Los soldados romanos consumían en abundancia ajo porque estaban convencidos de
que les daba fuerza y coraje en las batallas. Uno de los médicos más famoso, Claudio
Galeno de Pérgamo (231-200 d. C) habló excelentemente del ajo, al cual denominó “
theriaca rusticorum”, es decir la “meladura del pobre”. El mismo que se dijo siempre
discípulo y seguidor de Hipócrates, mantuvo sobre el ajo que era el mejor antídoto que
existía contra todo veneno, a la vista de todas sus experiencias.
Los grandes pueblos navegantes de la antigüedad, fenicios y cartagineses, creían
ardientemente en las dietas a base de ajos, consumiéndolos constantemente en sus
viajes.
Lo mismo sucedió en la Edad Media en con los pueblos escandinavos. Aunque de
todos los países europeos donde más se aprecia el ajo es en Gran Bretaña, donde se
cree que fue introducido por los romanos durante la ocupación de Britania.
Cuando tuvo lugar la gran plaga de 1665, en la cual murieron miles de personas,
sobrevivieron como por milagro, habitantes de una casa de Chester, pues los sótanos
de la vivienda contenían gran cantidad de ajos, al parecer, salvaron a sus habitantes de
esta horrible peste. Esta casa, de estilo Tudor, posteriormente se llamó “ God´s
Provident House”, y hoy está abierta al público como museo.
Propiedades curativas
El mejor terreno para cultivar el ajo es el arcilloso- silíceo, bastante seco y bien
soleado. Los mejores meses para la siembra son de noviembre a marzo, y para
recogerlo de junio a julio.
Los dientes de ajo producen un tallo único que cuando amarillea, después de los
meses de julio y agosto, hay que dejarlo morir.
Se recoge, se deja secar al sol, se atan en manojos y se cuelgan en una habitación
seca, lejos de las heladas y del frío.
Cuando seca el bulbo de un ajo, conserva todavía el 50-60 por ciento de agua, el 10-18
por ciento de glúcidos o azúcares, 6 por ciento de proteínas y 0, 2-0, 5 por ciento de
lípidos y grasas.
Son abundantes las sales minerales ( zinc y magnesio) así como las vitaminas C (hasta
18 mg), A, B1, B2, PP y E. También contiene de 1 a 2 por ciento de celulosa.
El ajo tomado en grandes cantidades, al menos una cabeza por comida,
cuidadosamente ensalivado y masticado ( si se soporta masticarlo) excita el apetito,
fomenta las secreciones gástricas y la motricidad de las paredes intestinales y
estomacales favoreciendo la digestión y, sobre todo, destruye las fermentaciones
intestinales, los gases y la aerofagia.
Todos los granos, irritaciones o inflamaciones de la piel, de las mucosas bucales,
anales, conjuntivitis, etc., se curan terminantemente si se esteriliza bien la sangre. Y
esto se consigue precisamente con una intensa cura de ajos; es decir, tomando
durante varios meses una cabeza de ajo por comida.
Las formas más crónicas de artritis reumatoide, la artrosis en general, la ciática, la gota
y los lumbagos se tratan excelentemente con una cura de ajos. Sin embargo, el
sistema cardiovascular es uno de los aparatos sobre los que el ajo actúa más
eficazmente y en el que se obtiene los mejores resultados.
Todas las enfermedades causadas por un estado de intoxicación de la sangre y sobre
todo la arteriosclerosis, que es la causa originaria de la enfermedad tromboembólica
que produce todo tipo de obstrucción de los vasos que irrigan el órgano, pueden y
deben ser tratados con una cura de ajos, con lo cual se evita suministrar
anticoagulantes.
Las enfermedades de los bronquios, laringe y pulmonares mejoran notablemente con el
ajo, al igual que la hipertensión arterial. En este caso, el ajo comido en grandes
cantidades lo resuelve fácilmente en poco tiempo.
Por último, el ajo también cura afecciones del sistema genital –urinario, tales como los
cálculos de riñón y la arenilla renal. En la mujer cura los trastornos menstruales, la
frigidez o las afecciones crónicas de los órganos genitales.
Antes de finalizar una aclaración: hay que practicar las curas de ajos de forma
recurrente y continua.
Si todas las hierbas y vegetales formaran parte de una dieta normal de las personas y
se emplearan con finalidades preventivas y fomentando la resistencia y la inmunidad
natural a la enfermedad, como se hacía en otros tiempos, la humanidad gozaría de
mejor salud.
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